El todavía presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no ha sido nunca un ejemplo de autocrítica. A las puertas de su salida de la Casa Blanca ya punto de ser acusado por «incitación a la insurrección» por la Cámara de Representantes, que le culpa directamente del asalto al Congreso hace una semana, el mandatario no cambia de talante y ayer insistió en que él no tiene la culpa de nada y que vuelve a ser víctima de una «caza de brujas». «El impeachment es ridículo, absolutamente ridículo», dijo en sus primeras declaraciones a la prensa desde el caos en el Capitolio.
No sólo no reconoce ninguna responsabilidad en la instigación a la violencia, sino que se sacude las culpas de haber animado a sus seguidores a ir al Congreso. «Si lea mi discurso […], todo el mundo dice que fue totalmente adecuado», afirmó, contradiciendo la realidad. Por si fuera poco, advirtió a los demócratas que, si deciden sacar adelante el impeachment , provocarán «un enorme peligro en el país, una enorme ira» entre sus seguidores.
Diga lo que diga Trump, los demócratas ya han puesto la directa para convertir Trump en el primer presidente de la historia a ser acusado por los congresistas dos veces en un mismo mandato. La pasada madrugada aprobaron la resolución que insta al vicepresidente Michael Pence a invocar la enmienda 25 y destituir al presidente. Como nada hace pensar que hará caso, hoy los congresistas están citados para votar el texto que culpa formalmente Trump de incitación a la insurrección, y así aplicarle formalmente el impeachment .
Aunque ayer Trump repitió que no quiere violencia, sus seguidores no piensan lo mismo. El FBI puso en alerta todo el país por posibles ataques armados a partir de este fin de semana provocados por movimientos de ultraderecha que aún defienden que las elecciones fueron un robo y que el fraude es flagrante. Las agencias de inteligencia están rastreando pistas de usuarios que incitan a asaltar capitolios estatales y investigan personas que hacen circular manuales de preparación de bombas caseras.
